domingo, 31 de mayo de 2015

Nadie lo diría; Viva la gente



Sábado. 23 de mayo
UN CADÁVER EN EL MAIZAL

Cuando un amigo ha escrito una novela y me dice que si me gustaría leerla, siempre digo que sí, qué remedio, y me siempre pongo en lo peor. Quizá por eso olvidé el lápiz de memoria que Berta Piñán me entregó la última vez que estuve en Madrid, tras asistir a la presentación de la colección de aforismos que Manuel Neila dirige en Renacimiento. “He disfrutado mucho escribiéndola”, me dijo. “Podía escribir una novela así al mes, para mí es como coser y cantar”. Pero el disfrute del escritor no suele ser compartido por el lector.
            Esta aburrida tarde de sábado, jornada de reflexión en la que todo lo tengo ya muy reflexionado, ha aparecido el lápiz olvidado y en él la novela. La abro en el ordenador, la envío por correo al iPad y me dispongo a echarle un vistazo en Los Prados, tres o cuatro páginas serán suficientes, para poder decirle unas palabras amables a mi amiga Berta.
            Pero comienzo a leer, sigo leyendo, me olvido de los libros que traía conmigo, también del poema que pensaba revisar, y solo dejo los últimos capítulos para terminarlos en casa y así prolongar el placer.
            Berta Piñán ha escrito una novela policíaca que podría ser el comienzo de una exitosa serie protagonizada por dos mujeres, Juana y Teresa. ¿En dónde radica el encanto de estas páginas? Toda la peripecia del cadáver que aparece y desaparece en el maizal, de los matones del club de alterne, del ciudadano ejemplar que esconde un secreto ligado a la triste historia de la España de la transición, la tenemos muy vista y ni siquiera le falta algún descosido de dudosa verosimilitud. Pero nada de eso nos importa. Nos atrae el escenario, un lugar asturiano recreado sin concesiones al costumbrismo, nos atrae la pareja protagonista, esa Juana, profesora jubilada, que casi todo lo ha aprendido en los libros, y su amiga Teresa, que solo ve los programas de chismes de la tele, pero que sin embargo sabe sobre hombres y mujeres cuanto hay que saber. O la otra pareja, la de guardia civiles, tan bien delineados, que tanto juego pueden dar en títulos posteriores.
            Porque habrá más entregas en cuanto algún editor avispado se decida a publicar esta. Cierto que Cangas de Onís (la Villa de la novela) no es Venecia, pero el cada vez más desganado oficio de Donna Leon no resiste la comparación con la frescura imaginativa, con el buen hacer cervantino de Berta Piñán.
            Leer al Simenon de las novelas de Maigret una tarde de lluvia, cuando no apetece salir de casa, o en un largo viaje en tren, es uno de mis placeres favoritos. A Bertan Piñán le debo otra tarde feliz, pero en este caso el placer tiene algo de exclusivo: pronto lo compartirán miles de lectores, pero ahora Sherezade parece contar su historia solo para mí.


Domingo, 24 de mayo
MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA

Buen día para releer a don Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuerte, ya desmoronados”.
            ¿Se desmorona España? Digamos que la casa en la que hemos vivido estos últimos años, y de la que ciertos políticos estaban tan orgullosos, necesita algunas reformas, algo más que una mano de pintura. Lo malo es que, mientras duren las obras, no podemos irnos a vivir a un hotel. Hay que convivir con el polvo, el barullo y los albañiles. Y encima no nos ponemos de acuerdo sobre qué tabique que tirar o dónde abrir nuevas ventanas.
            A mí lo único que me parece innegociable es que, hagamos las reformas que hagamos, a todos los inquilinos hay que darles la llave del portal para que entren y salgan cuando quieran. En caso contrario, la casa no sería una casa sino una cárcel.


Lunes, 25 de mayo
NO SÉ SI DORMIDO O DESPIERTO

Me fui ayer a la cama satisfecho y feliz tras escuchar los datos ya casi definitivos del recuento electoral. "Creo que a partir de hoy en España se respirará mejor", pienso. Pero luego, en el primer sueño, tengo un sobresalto y ya no puedo volver a dormir o quizá sí y mis terrores durante el insomnio son parte de la pesadilla. Me imagino un frenético ir y venir de dossieres y maletines en los sótanos de Génova. Esperanza Aguirre ha pedido información de los concejales socialista electos para el Ayuntamiento de Madrid. "¡Quiero conocer los puntos débiles de cada uno!", grita. "Si tienen hipotecas, si han sido relegados por el partido a un puesto distinto al que aspiraban, si se han ensuciado las manos en algún consejo de administración, si han viajado alguna vez a Venezuela... Hay que encontrar un Tamayo como sea. ¡Hay que salvar la civilización occidental cristiana que peligra si esa salvaetarras llega a la alcaldía!"
            Recuerdo lo que me dijo una vez Jon Juaristi, que ocupó una cargo político con Esperanza Aguirre: "Esa mujer tiene baraka, el talismán de la buena suerte, siempre cae patas arriba. Es insumergible. Y yo, no sé si dormido o despierto, pienso que, mientras busca un Tamayo (“¡Lo encontraré, no se me escapa un corruptible, soy la mejor cazatalentos de España!”, grita), imagina un plan b: ofrecerle a Carmona la alcaldía de Madrid. "Tú serás alcalde, tú serás alcalde", le tienta como las brujas de Macbeth. Y el hombre del pim pam propuesta acaba aceptando y, cuando lo expulsan del partido, ella maniobra para que deje la alcaldía y la ocupe quien debe ocuparla hasta que dé el salto a la presidencia del gobierno. "Voy a refundar el partido, voy a dejarlo que no lo reconozco ni la madre o el Aznar que lo parió", grita la perdedora de la noche, la que con un golpe audaz, un tamayazo, un carbonazo o lo que sea, se convierte en la gran triunfadora. Mientras la buena gente celebra su triunfo, la madrastra de Blancanieves prepara sus pócimas en la cocina de palacio.
            Despierto y respiro aliviado. Todo ha sido un mal sueño. Pero enciendo el televisor y Esperanza Aguirre seguía allí, incansable, indestructible, invulnerable a cualquier atisbo de racionalidad. Pobre Carmena, pobre Rajoy. No saben con quién se enfrentan.


Martes, 26 de mayo
UN CONSEJO

“¿Qué consejo le daría a un joven que quisiera triunfar en la literatura?”, me pregunta ingenuamente un joven que quisiera triunfar en la literatura.
            “Algo de talento, ningún escrúpulo y olfato para saber a quien conviene adular. Exactamente el mismo que a quien quisiera triunfar en la política.


Miércoles, 27 de mayo
MIS PUNTOS DÉBILES

Cuentan que a José Bergamín, paseando con un amigo, le extrañó que un conocido con el que se cruzaron no le devolviera el saludo. “¿Qué le pasará a este?”, preguntó. “La semana pasada se metió usted con él en uno de sus artículos”. “Bueno, pero yo ya lo he olvidado”.
            Yo también había olvidado no sé que alusión más o menos irónica a sus ideas políticas que un amigo considera especialmente ofensiva. Pero él, obviamente no, y no tarda en reprochármelo ásperamente. Me disculpo como puedo, y prometo enmendarme, aunque sospecho que no lo conseguiré. Soy experto en herir susceptibilidades. No sé cómo me las arreglo para dar siempre en el punto débil de cada uno. Está visto que ni la diplomacia ni la psicología son lo mío.
            En mi disculpa diré que soy poco susceptible, que me gusta reírme de mis puntos flacos, como la vanidad, y que uno tiende siempre a pensar que los demás reaccionan de la misma manera. Por otra parte, nunca hablo del todo en serio, salvo si hablo en broma.
            Si a mí, que soy la persona más rutinaria y ordenada del mundo (todavía, y voy a cumplir sesenta y cinco años, no he sido capaz ni de llegar tarde a una cita ni de faltar un día al trabajo), no me molesta que, por votar a Podemos, me llamen “antisistema” o “peligroso revolucionario que pretende destruir la democracia occidental” (más bien me río de quien dice semejantes memeces y sobre todo de quién se las cree), ¿cómo voy a imaginarme que alguien se sienta dolorosamente ofendido porque en broma dudara de su izquierdismo o lo calificara coloquialmente de facha, y que además siga recordando esa gravísima ofensa para toda la eternidad?
            Qué raros somos los humanos. Yo también tengo mis puntos débiles, pero he aprendido a disimularlos. Si alguien, sin querer, me da un pisotón en uno de ellos, pongo cara de póquer y paso a hablar de otra cosa. No me dedico a reprochárselo descubriendo mi debilidad (los mejores amigos de hoy suelen ser los peores enemigos de mañana). Mis puntos débiles nada tienen que ver con que me consideren más izquierdista, ni mejor o peor poeta, ni con que me elogien poco o mucho. Los elogios me gustan, como a todo el mundo, pero no los necesito. Ya me elogio yo bastante a mí mismo (solo los grandes hombres pueden permitirse el lujo de ser modestos).

        
Jueves, 28 de mayo
VIDAS EJEMPLARES

Al hojear el periódico, encuentro un artículo de Tadeusz Malinowski en recuerdo de Sara Suárez Solís, que fue mi primera profesora de Literatura y luego mi compañera en la Universidad. Charlé muchas veces con los dos, poco después de que se casaran, y recuerdo bien el brillo en los ojos de Sara: había conocido a Tadeusz cuando ambos eran estudiantes en Salamanca y este había preferido a su mejor amiga. El amor imposible de entonces se había hecho realidad cuarenta años después.
            La vida de Tadeusz daría no para una novela, sino para varios tomos de historia. Nació en Polonia en 1919, conoció el gulag siberiano, fue héroe de guerra, gestor de empresas, estudiante de Teología (y esos estudios le hicieron perder la fe a los setenta y cinco años); ya nonagenario se licenció en Antropología Cultural. El resultado de sus estudios lo acaba de compendiar en Un hombre no acabado.
            Un hombre ejemplar que durante un tiempo tuvo la fortuna de convivir con una mujer no menos ejemplar. Tenía yo once o doce años cuando en clase de Lengua nos dictó un poema: “¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade?”. Mucho tiempo después supe que ese poema, que no he podido olvidar, era de Li Po. “Vivir y morir luego: he aquí la sola / seguridad del hombre”. Pero conocer a personas como Tadeusz y Sara ayuda a no vivir en vano.




domingo, 24 de mayo de 2015

Nadie lo diría: Para que todo siga igual


Viernes, 15 de mayo
LA GRAN PREGUNTA

¿Qué harías tú si te enteraras de que te quedaba solo una hora de vida?, me pregunta el filósofo Roger-Pol Droit desde el título de su último libro “Beber para olvidar que me quedaba solo una hora de vida”, me apetece responder. El problema es que yo no bebo. Lo más probable es que me fuera a dar una vuelta por las librerías a ver qué novedades hay. Y a encargar algunas para que me las enviaran al otro barrio.


Sábado, 16 de mayo
NI UN PASO MÁS

Hay un interlocutor que nunca me falla y que nunca cansa. Cuando no tengo con quien hablar, suelo recurrir a él. La noche del 21 de marzo de 1825 ardió el teatro que había fundado en Weimar: “El escenario de casi treinta años de esfuerzo ha quedado reducido a cenizas. Casi no he podido dormir en toda la noche. Desde mi ventana veía cómo las llamas ascendían hacia el cielo. Me ha pasado por la cabeza más de un recuerdo de los viejos tiempos, de mis años de esfuerzo conjunto con Schiller, de la llegada y formación de más de un querido discípulo y todo eso me ha conmovido profundamente”.
            Nunca me canso de escuchar a Goethe conversar con Eckermann, conversar conmigo. El disgusto por la destrucción del teatro le ha afectado tanto que ha tenido que acostarse. En el dormitorio rememora sus experiencias como autor y director teatral. “Debe ser difícil mantener en el debido orden a una criatura de tantas cabezas”, le dice Eckermann.
            Y yo escucho a Goethe hablar de los dos enemigos a los que tuvo que enfrentarse y sonrío con melancolía. A los dos los conozco bien, mutatis mutandi. “Uno de ellos era mi apasionado amor por el talento, que podría fácilmente inducirme a la parcialidad. El otro prefiero no nombrarlo, pero seguro que lo adivinará. En nuestro teatro no faltaban mujeres hermosas y jóvenes y con un alma encantadora. Hubo algunas que me atrajeron apasionadamente, y tampoco faltaron casos en que alguna que otra me salió al encuentro. No obstante, yo me contuve y me dije a mí mismo: ¡Ni un paso más! Conocía cuál era la posición que ocupaba y sabía que me debía a ella. Yo no obraba como persona sino como jefe de una institución cuyo buen desarrollo valía para mí más que la mera felicidad de un instante. Si me hubiera involucrado en algún lío amoroso, me habría convertido en una brújula con un imán a su lado, incapaz de señalar la orientación adecuada”.


Domingo, 17 de mayo
NO SIRVE DE NADA

  Cuando escribe poemas de amor, el enamorado no suele hacer literatura, sino el ridículo.
            Las opiniones sinceras son armas de destrucción masiva.
            Saberlo todo no sirve de nada.
            Entre una revelación y una tontería a menudo solo media el canto de un aforismo.



Lunes, 8 de mayo
NEGRO FUTURO

No se lo digo a nadie porque resulta un tanto ridículo, pero la verdad es que a mí si me preocupa saber si lo que escribo seguirá o no vivo después de yo haya muerto. Ya sé que resulta absurdo que me preocupe por lo que ocurrirá cuando yo ya no esté aquí para verlo. Pero eso es algo que preocupa a todo el mundo, y por eso antes de irse procuran dejar las cosas en orden. Como escritor, no me importa la eternidad, que es demasiado larga, sino el tiempo en el que todavía vive alguien que nos ha conocido.
            No es lo mismo el centenario del nacimiento de un escritor que el de su muerte. En el primero todavía viven quienes le habían conocido y guardan sus cartas y sus libros dedicados y escriben artículos con sus recuerdos y se lamentan de no haberle prestado más atención (y el escritor disfruta en vida imaginando ese lamento de los que ahora no le hacen demasiado caso); en el centenario de la muerte ya solo discursean profesores y políticos, gentes sin ninguna vinculación personal con el escritor.
            A mí me fastidiaría más que llegara  el año 2050 y nadie se acordara de mí, solo algún viejo poeta que quizá se preguntaría: “¿Cómo se llamaba aquel crítico cascarrabias que también escribía versos y hablaba mal de todo el mundo y que se creía un genio? ¿García Pérez o García Martínez? ¡Pobre! No podía imaginarse que, que después de muerto, sus libros los leería todavía menos gente que cuando estaba vivo”.
            Ya sé que cuando eso ocurra nada podrá herir mi vanidad, pero me fastidia imaginarlo ahora. Claro que todavía podría ser peor, que no me recuerde nadie de los que me habían conocido y un erudito me dedique un artículo en la revista de las fiestas de Avilés equivocando los títulos y las fechas de mis libros, confundiéndolos quizá con los de cualquier otro José Luis García.


Miércoles, 20 de mayo
CONTRA EL ANONIMATO

“Ya veo que tú también te has enredado en las redes sociales, amigo Martín, y cansado de la libertad que reina por esos pagos has decidido implantar por tu cuenta la censura”.
            ----¡A cualquier cosa llaman censura! De lo que me cansado es de quienes utilizan el anómimato para decir lo primero que se les viene a la cabeza. Mi rechazo del anonimato no se debe, o no se debe solo, a manías personales. El emisor forma parte del mensaje, un texto anónimo es siempre un texto incompleto.
            ----¿Y qué más te da que firme o no alguien a quien no conoces de nada? ¿Qué más da no firmar que poner, por ejemplo, Juan Pérez Martínez? ¿Le pides el nombre a alguien que, al final de una conferencia, levanta el brazo y te hace una pregunta?
            ----No firmar en un comentario en un blog es como hacer una pregunta en una conferencia con el rostro enmascarado; eso es propio de los terroristas, de los atracadores de bancos o de los policías que no quieren ser reconocido. El rostro ya es una firma y la voz ("soy yo" nos dicen por el telefonillo del portal y abrimos la puerta porque sabemos de quién se trata sin necesidad de que nos diga su nombre). En el texto no escrito a mano todos esos rasgos desaparecen (por eso los anónimos de las viejas películas se hacen pegando palabras recortadas de los periódicos). Y el nombre sirve además para distinguir a un interlocutor de otro. En mis blogs se establecían a veces discusiones bastante surrealistas entre una panda de indistinguibles anónimos. Y yo los dejaba hacer y entraba al trapo porque me apasiona discutir. Pero conviene controlar las adicciones. De quien se dirige a ti tapándose la cara, no te fíes. Y el equivalente en Internet es ocultar el nombre. El anonimato y el fingir una identidad me parece perfecto para los delincuentes, siempre al acecho, o para quienes se arriesgan a hacer públicos secretos oficiales que nos perjudican a todos.
            ----O sea que a partir de ahora, censura previa.
            ----Exacto. Primero presentarse y luego opinar. Quien no quiera hacerse responsable de sus opiniones que se desahogue con los amigos en un café.


Jueves, 21 de mayo
PARA NO ABURRIRME

Para no aburrirme, necesito hacer dos o tres cosas al mismo tiempo, como cualquier niño hiperactivo que no ha recibido el tratamiento adecuado. Mientras escucho a Elena Medel hablar de la poesía en general y de la suya en particular (me gusta el recuerdo que dedica a poetas hoy bastante olvidadas, como Ángela Figuera, a quien conocí en Avilés, o María Elvira Lacaci), picoteo acá y allá en los aforismos de Manuel Neila (Pensamientos desmandados) y en los de Eliana Dukelsky (La lengua o el espejo), le hago alguna foto y las subo a Facebook o anoto en mi moleskine algunos posibles aforismos propios.
            A la poesía le gustan muy pocos poetas.
            Los poemas comienzan en el punto final.
            La poesía solo se diferencia de la locura en que los poetas no suelen estar locos y los locos no suelen ser poetas.
            Aprender a escribir es más fácil que aprender a leer.
            Para no leer novelas hace falta mucha imaginación.
            ¿A nadie se le ha ocurrido crear clínicas de desintoxicación literaria?
            Escribir deja poco tiempo para leer.
            Leer no vale la pena si lo que leemos no vale la pena.
            Los escritores siempre hablan de lo mismo, pero cada vez de distinta manera.
            Los estudiosos de la literatura no suelen leer literatura.
            Los malos poetas siempre tienen varios libros inéditos.
            La amistad más peligrosa para un crítico literario: los malos poetas que son buenas personas.
            Entre poeta y crítico no hay amistad posible, son lobos de la misma camada.
            Se pasó la vida leyendo para llegar a la conclusión de que muy pocos libros merecen ser leídos.
            Uno se cansa de leer como se cansa de la vida.


Viernes, 22 de mayo
GANE QUIEN GANE

"Todo lo que amenace con cambiarme / me limita y oprime", escribió Ricardo Reis en una de sus odas. A mí me pasa lo mismo. Cualquier cambio lo veo como una amenaza. Hacer cada día exactamente lo mismo, cumplir el rito que me he impuesto hasta en los mínimos detalles, lo veo como una armadura que me protege de lo desconocido, que me impide ser devorado por las tinieblas exteriores. Y sin embargo el próximo domingo cambio mi voto, por primera vez en más de treinta años. Ninguna señal mejor de que algo se mueve en esta España nuestra que el que hasta yo me mueva.
            Nada volverá a ser como antes. ¿O sí? Quizá solo ha llegado el momento de que algo cambie para que todo siga igual. A fin de cuentas, seguro que gane quien gane pierden siempre los mismos.









sábado, 16 de mayo de 2015

Nadie lo diría: Siempre Sevilla



Sábado, 9 de mayo
CRUCES DE MAYO

Hay ciudades que se parecen a cualquier otra ciudad y ciudades que solo se parecen a sí mismas. Sevilla es una de estas últimas y además le gusta demostrarlo. Apenas pongo el pie en ella y ya me reciben “cornetas y tambores, galones y entorchados”, como en el poema de Fernando Ortiz. La pompa trompetera acompaña a una dorada cruz de mayo por la calle de las Sierpes. No es la única: en la cernudiana plaza del Pan me encuentro con un niño que porta una cruz negra rodeado de otros con largos cirios (“y esos niños en hilera / llevando el sol de la tarde / en sus velitas de cera”); detrás, más galones y entorchados con su armónico barullo y la palabra Amor bordada en el uniforme. Un poco más allá, junto al Archivo de Indias, otro desfile y otra cruz, esta con una escalera apoyada en ella. Me divierte el emblema que los jóvenes que la acompañan llevan en el pecho. “Columna y azotes”, dice.


            En otros lugares, estos desfiles tendrían algo de carnavalesco y mucho de reclamo turístico. En Sevilla, no. Y yo miro sin ironía (aunque no puedo dejar de sonreír ante los “azotes” que algunos parecen reclamar) todo este colorista fervor. Y luego, como contraste, una calle estrecha y solitaria en el Barrio de Santa Cruz, el portón de un palacio “y el sonido del agua en la fuente de mármol”.
            Me gusta Sevilla porque se gusta a sí misma tanto como me gusta a mí. O como me gusto yo.


Domingo, 10 de mayo
ELOGIO DE AQUILINO

Hablando de la ideología de Víctor Botas, durante el coloquio que siguió a la presentación de su novela Rosa rosae, por fin reeditada, digo que era “un poco, o un mucho, Aquilino  Duque”. Y Aquilino Duque, sentado entre el público, sonríe. Antes, cuando íbamos a hacernos una foto en grupo, se ha puesto en uno de los lados y ha dicho “yo siempre en la extrema derecha”.
            Nadie más distante que yo de las opiniones políticas de Aquilino Duque, tenaz defensor de la España una, grande y libre (y de algunos sonoros disparates nada “políticamente correctos”); nadie más admirador de su literatura siempre brillante, ingeniosa, muy local y muy cosmopolita. Algunos de sus poemas más sentenciosos me los sé de memoria: “Hay que buscar con la esperanza / de no encontrarlo todo. / Hay siempre que pararse a dos jornadas / de la felicidad. / Hay que tender al infinito. / Estar a punto de llegar / pero no llegar nunca. / Eso es la plenitud. Eso es la vida”.
            Aquilino Duque es un facha y no se avergüenza de serlo, al contrario que cierto amigo mío que no admite el calificativo ni en broma. Quizá por eso me llevo tan bien con él. A cierta edad, uno ya ha aprendido que alguien puede tener unas ideas políticas radicalmente opuestas a las propias y sin embargo ser un hombre o una mujer de bien. Y un gran escritor. O votar al mismo partido que uno y ser un zoquete. O un menos que discreto poeta, como mi admirado (por otras razones) César Antonio Molina. A Aquilino Duque, bien cumplidos ya los ochenta años, no le han abandonado ni el buen humor ni la infatigable curiosidad: “Eso es la plenitud. Eso es la vida”.


Lunes, 11 de mayo
PESSOA Y YO

No soy un buen vendedor de mí mismo, quiero decir de lo que escribo, pero creo que bastante mejor de lo que escriben los demás. Hablé en la Feria del Libro de Sevilla, que ocupa la Plaza Nueva, de la antología de Fernando Pessoa, Plural esencial, tratando de transmitir la idea de que es un libro para los que aman la poesía, un libro que nada tiene que ver con esos engendros académicos –llenos de corchetes, palabras sueltas y puntos suspensivos– que entremezclan los textos acabados de un autor con cualquier apunte que salió de su pluma, aunque sea la lista de la compra. En España sabemos mucho de eso con las ediciones de Juan Ramón Jiménez, cuyos inagotables inéditos, como los de Pessoa, son manoseados una y otra vez por los editores.
            Después de arremeter contra ciertos críticos presuntamente científicos –la diatriba, espero que bien fundada, es mi género literario favorito–, leo el soneto que le dediqué al creador de los heterónimos y que cierra el libro. “Curiosos versos”, me dice Abelardo Linares, “pero tú no hablas de Pessoa, tú hablas de ti; Pessoa no es más que una máscara que utilizas para poder elogiarte a ti mismo”.
            Lo niego rotundamente, por supuesto. “En lo que no te pareces nada a Pessoa es en lo del arca de los inéditos”, añade. Y no sé si ver en sus palabras un reproche. ¿Publico demasiado? Pues solo dedico un cuarto de mi tiempo, o menos, a mis versos y a mi prosa de diario; el resto queda para la obra de los demás, que, bien mirado, también es obra propia.


Martes, 12 de mayo
UN PASEO

No tener nada que hacer, tener tiempo por delante, tener una ciudad entera para mí solo. Compás de Santa Inés, donde todavía resuenan los ecos becquerianos; calle de las Dueñas, tan insignificante si no fuera por un palacio cubierto de yedra y vigilado por altas palmeras en que nació Antonio Machado; lentas calles estrechas, frescas y solitarias, yo camino sin pensar en nada y fijándome en todo; plaza de San Marcos con su torre que parece una Giralda tronchada.
            Me gusta caminar solo por ciudades entrevistas. Cuando estás solo, la ciudad te habla; cuando vas acompañado, la ciudad se calla. A Sevilla la conozco lo suficiente para no sentirme perdido en ella, pero no lo suficiente como para que la familiaridad me haga mirar ningún rincón suyo con indiferencia.
            Caminar solo por Sevilla me gusta tanto como caminar bien acompañado. En Sevilla tengo dos buenos guías, a los que recurro siempre que puedo, y mi interlocutor y editor favorito, con el que comencé hace ya casi cuarenta años una discusión sobre literatura que aún no ha terminado.
            Uno de los guías es José Luna Borge, amigo desde que estudiamos juntos Filología en el caserón de San Vicente, frente a la celda de Feijoo. Es un amigo que de vez en cuando me mira con cierto recelo porque piensa que yo no aprecio su literatura tanto como merece (achaque común entre los que escriben).
            El paseo con Luna Borge comienza en la plaza del Cristo de Burgos, con sus magnolios gigantes (¿o no son magnolios?), y llega hasta el parque de María Luisa y la plaza de España. Hacía tiempo que no había estado en la glorieta dedicada a Bécquer, que yo asociaba a los hermanos Álvarez Quintero, a la revista Blanco y Negro y al más manido sentimentalismo. Pero en el dilatado atardecer, bajo el árbol inmenso que cobija al monumento al poeta, creo entrever esos “misteriosos espacios que separan / la vigilia del sueño”, el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea: tiempo fuera del tiempo, atisbo de la eternidad.
            Luego, la plaza de España bajo un cielo de acuarela. Hacía años que no la visitaba, asociaba este lugar al patrioterismo de la dictadura y a la arquitectura más pastichista. Ahora quedo fascinado con sus torres barrocas, su interminable arquería, sus ecos venecianos. Me recuerda a la Universidad Laboral de Gijón, despreciada también como símbolo de otra dictadura.
            Aquel historicismo, tan lleno de originalidad y gracia, me llevó a pensar en la poesía de Fernando Ortiz, escrita a veces sobre la falsilla de los antiguos maestros, pero siempre tan verdadera. En el interminable anochecer, la ciudad se me aparece como “en un fanal / de traslúcida seda somnolienta”, fuera del mapa y del calendario, como dijo Antonio Machado y a Fernando le gustaba repetir.


Miércoles, 13 de mayo
AL DIOS VERDADERO

Juan Lamillar es mi guía por las iglesias de Sevilla, que nunca termino de recorrer, que nunca dejan de admirarme. Esta vez nuestro paseo comenzó por San Isidoro, que nos recibe con todo el barroco esplendor de una liturgia que quizá solo en Sevilla se muestra en toda su verdad. Avanzan los acólitos, de blanco y oro, con el turiferario al frente, portando sus cruces de plata, suena el órgano, se escucha una hermosa voz viril, parece que algún prodigio esté a punto de suceder.
            La iglesia del Buen Suceso, donde el San Juan de Alonso Cano mira hacia el hueco del altar de enfrente, en que debía estar su compañera para toda la eternidad. Pero Santa Teresa anda de viaje, no para un momento en este año de su centenario, como no paró un momento durante su vida.
            En San Pedro, muy cerca de la plaza de la Encarnación (que a mí me recuerda siempre al futurismo retro de Julio Verne), una Santa Faz de Zurbarán y un predicador que parece haber aprendido oratoria sagrada en las tertulias de la televisión.
            Cuántas historias guardan estos templos, algunos de los cuales fueron musulmanes o judíos antes de ser cristianos. Y otros, como la iglesia del hospital de la Misericordia, abandonan la heterodoxia católica para recuperar la ortodoxia de la iglesia de Oriente.  El iconostasio tapa apenas la pompa barroca del altar mayor y el pope Ioan Postoi trata de explicarnos las razones del remoto cisma.


            ¿Ortodoxia, heterodoxia? En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira. Mientras voy de una iglesia a otra, me entretengo en imaginar una novela, un poco a la manera irónica de Eça de Queirós, en la que Jesucristo, el Jesús que vivió hace dos mil años en Galilea, llega a predicar a Hispania acompañado de sus apóstoles y de su madre. ¿Qué diría aquella buena mujer judía al verse en la iglesia de San Andrés fastuosamente engalanada como una emperatriz china? Pues lo que cualquier persona con sentido común: “Esa será la virgen de Araceli o de dónde sea, pero nada tiene que ver conmigo; yo no salgo así a la calle ni en carnaval”.
            Para el creyente, todas las religiones son falsas, salvo la suya. Para el ateo, todas son verdaderas, prodigiosa creación del ser humano, ese curioso animal al que no le basta la realidad y necesita inventarse otras, no menos irreales.


Jueves, 14 de mayo
PREFERENCIAS

Un amigo me enseña un ejemplar de mi primer diario, Días de 1989, que acaba de encontrar en una librería de viejo. Hacía siglos que no lo hojeaba. En la primera página, respondiendo a un cuestionario, indico mi edad preferida: “Sesenta años. Tener sesenta años durante por lo menos sesenta años”. En la última, señalo entre mis lugares favoritos “un rincón del barrio de Santa Cruz donde discutir de versos y poetas con Abelardo Linares".
            Qué previsible, qué rutinario soy. Parece que por mí no pasa el tiempo.


domingo, 10 de mayo de 2015

Nadie lo diría: La sal de la literatura


Sábado, 2 de mayo
PERDONO UNA VEZ MÁS

Siempre se ha dicho que cambiar de periódico es bastante más difícil que cambiar de pareja y casi tan difícil como cambiar de religión. Quizá por eso yo sigo fiel a una costumbre iniciada en 1976, aunque a veces tenga que tragar carros y carretas, como la ofensiva portada –ofensiva para la inteligencia de los lectores– dedicada a la dimisión de Juan Carlos Monedero: de ser el receptor de ilegales e ingentes fondos venezolanos y un defraudador de hacienda pasa a convertirse en el gran estadista cuyo abandono de la primera línea hunde a Podemos. Juro que cuando nos conocimos mi periódico era un periódico serio que no utilizaba esas artimañas.
            Hoy mismo estuvo a punto de dejarlo en el quiosco y pedir el divorcio cuando me fijé en la única noticia que bajo el epígrafe de “cultura” destacan en la portada: “José Tomas vuelve a torear donde vio a la muerte de frente”. Recordé los versos de Cernuda sobre una España “estúpida y cruel como su fiesta de los toros”. Pero luego leí el artículo de Antonio Muñoz Molina, “Mozart en el Bronx”, una emocionante maravilla que habla de la salvación por el arte, el de Aurora Luque sobre la vigencia de la tragedia griega, la entrevista con Frédéric Pajak que ha dedicado una novela gráfica, La inmensa soledad, a Nietzsche y a Pavese, y me sentí enriquecido y feliz, dispuesto a darle una nueva oportunidad a El País, aunque sé de sobra que me seguirá tratando de engañar a la primera oportunidad.


Domingo, 3 de mayo
ESCRITORES FANTASMA

Leyendo la última novela de Donna Leon, Sangre o amor, me he acordado de Eduardo Aunós y su Biografía de Venecia. Eduardo Aunós fue un político español, ministro con Primo de Rivera y con Franco, que gustaba de escribir sobre los más diversos temas (en la colección Austral se encuentran algunos de sus libros) y que incluso compuso una ópera. Eugenio d’Ors, a quien dedica su Biografía de Venecia, afirmaba que si hubiera leído todos los libros que había escrito sería el hombre más culto del mundo. Al parecer pagaba tarde, mal y nunca a sus “ayudantes”. Uno de ellos se vengó haciéndole confundir dos emblemáticos lugares venecianos: “Llegamos ya a esa silueta conocida en el mundo entero, pasmo de todos cuantos la contemplaron: el puente del Rialto, en una de cuyas tiendas situó Shakespeare a Shylock. De él se han apoderado la leyenda y la poesía, por enlazar el Palacio con la Cárcel, y los suspiros que salieron de él no eran consecuencia de terribles tormentos, como algunos han supuesto, sino hijos de la desesperación que producía en los procesados la lectura de la sentencia condenatoria, conocida cuando eran conducidos a través de esa pétrea galería para sumergirse en los calabozos de donde no debían ver ya la luz del sol”.
            Si Aunós confunde el puente de Rialto con el de los Suspiros, Donna Leon hace detenerse a su famoso comisario y a su culta esposa (venecianos los dos, hija ella de un noble con palacio cerca del Gran Canal) sobre el puente de la Accademia para contemplar el Lido y el Adriático. Unas páginas más allá, el comisario y la protagonista de la novela, la soprano Flavia Petrelli, que se encuentra representando Tosca en La Fenice, atraviesan un paso subterráneo para llegar desde Campo San Fantin hasta Campo Sant’Angelo. ¿Un paso subterráneo en Venecia?  Y no es el único. En el capítulo 23 leemos: “Desembarcó en San Silvestro y atravesó el paso subterráneo, giró a la izquierda y salió a la calle principal para girar de nuevo a la izquierda”.
            Es la venganza de los esclavos, de quienes escriben –o ayudan a escribir en el mejor de los casos– los libros de los autores que han convertido su nombre en una marca de éxito garantizado y a cambio del mucho dinero que hacen ganar a ellos y a su editor, reciben solo un precario estipendio.


Lunes, 4 de mayo
HAY DÍAS

Hay días en que uno se levanta sabiéndose culpable, aunque ignore de qué.
            Si quienes me quieren me vieran como yo me veo, ¿me seguirían queriendo?
            A veces es más fácil renunciar a un amigo que a un enemigo, sobre todo si ese enemigo eres tú mismo.
            Cada día que pasa detesto más a mis semejantes. No soporto lo mucho que se parecen a mí.
            Me aterran los espacios vacíos porque son los preferidos de los fantasmas.
            Todos los días vislumbro el cielo mientras me doy una vuelta por el infierno.
            Hay días en que estoy tan irritado conmigo mismo que hasta me niego el saludo.


Martes, 5 de mayo
MEJOR CALLAR

Ayer, al presentar a Víctor de la Concha, que hablaba de Santa Teresa en el Aula Magna de la Universidad, no pude por menos de aludir a un libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme” y a su afirmación de que el actual director del Cervantes es “un intelectual ágrafo cuya obra cabe en un folleto”. Comencé el recuento de sus libros con Los senderos poéticos de Pérez de Ayala, de 1970, y cuando llegué a sumar mil páginas me pareció que la inexactitud resultaba excesiva incluso para quien está tan acostumbrada a ellas como el libelista “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Cité luego los versos de Cernuda que hablan de “la furia de hombre ibero / que acecha lo cimero / con la piedra en la mano”.
            Soy más amigo de la verdad que de Platón y por eso lo que me indignó de la calumniosa tosquedad del libelista no fue el ataque a una persona que no es solo un eficaz gestor literario, con no ser eso poco, sino la mentira, una mentira repetida luego por todos los periódicos, incluso, y muy especialmente, por los asturianos.
            Víctor de la Concha, más inteligente que yo, no replicó a los ataques, dejó que amainara la tormenta en elegante silencio, y tampoco ayer dijo nada del asunto. Hoy sé cual fue el contraproducente resultado de mi vehemente defensa. Varios de los asistentes a la conferencia le han preguntado a Josefina Martínez, organizadora del acto, si sabía el título del libro al que yo aludía y me consta que en las dos principales librerías de Oviedo, Cervantes y Ojanguren, más de uno ha preguntado por el aludido tocho. Nada vende tanto como el morbo y ninguna mejor propaganda que el escándalo. De eso saben mucho el libelista de cuyo nombre no quiero acordarme y quienes ofrecen cada tarde y cada noche a los españolitos de a pie su ración de telebasura.


Miércoles, 6 de mayo
CENSURAR ANÓNIMOS

“¿También tú te has vuelto partidario de la censura?”, me reprocha un amigo al comprobar que he decidido someter a aprobación previa los comentarios a mis blogs.
            ––Sí, me he cansado de que los utilicen descerebrados anónimos para sus desahogos.
            ––Pues tú solías entrar al trapo y discutir con todos ellos.
            ––Debo reconocer que una buena polémica es mi deporte favorito, pero como todo deporte tiene sus reglas.
            ––Tú las respetas poco. Acostumbras a descalificar al contrario.
            ––Reconozco que soy algo bruto, de los de “al pan pan y al memo memo”. Soy apasionado y nada versallesco en los debates, irónicamente burlón e incluso bastante despectivo a veces. Pero me esfuerzo en ser honesto y en no confundir hechos con opiniones. Y en rectificar cuando me equivoco, cosa bastante frecuente, todo hay que decirlo.
            ––Pues yo nunca te he visto rectificar. ¿Y a qué se debe que ahora te decidas a jugar con ventaja y solo aparezcan los comentarios que a ti te parezcan adecuados, o sea, los elogiosos y los que puedes rebatir fácilmente?
            ––-Es la única manera de evitar que se te cuele algún pertinaz chiflado. Y me he cansado del anónimo habitual en Internet. No me interesa la opinión de quien no tiene el valor de dar la cara.


Jueves, 7 de mayo
CATFISCH

Todos los días me piden tres o cuatro personas amistad en Facebook. Acepto de inmediato. Mi muro de Facebook es como un ilustrado libro sin fin. Cada día pongo una de mis fotos y un pequeño texto que tiene que ver con ella. Mi modelo fue uno de los libros de Borges que prefiero, Atlas, y al principio pensé que las publicaciones en la Red serían como un anticipo de ese libro algún día impreso. Pero ya van más de dos mil entradas y he perdido la superstición del papel. No utilizo el muro para ningún privado desahogo ni para hacerme publicidad con lo que se escribe sobre mí o con los actos en que participo. Nada publico en él, como nada publico en libro o en el periódico, que no pueda leer todo el mundo. Por eso acepto a todo el que me pide amistad, que yo traduzco como que quiere seguirme y leerme. Y mis lectores son mis amigos.
            Pero he tenido ocasión de comprobar que, una vez más, mi vanidad me engaña. A Facebook va asociado Messenger, que permite enviar mensajes privados. Y junto a los mensajes normales de quien solicita mi dirección para enviarme alguno de sus libros o me manda un poema para que se lo comente, me encuentro con otros del siguiente estilo: “Gracias por aceptar mi amistad” (“De nada”), “¿Vives en Madrid?” (“Todos mis datos están en el muro”), “¿Estás casado?”. Dejo de contestar, pero los hay que insisten. Entendí de qué iba el asunto cuando un reciente contacto escribió escuetamente: “De Jaén. Cincuenta años. Moreno”. ¡Y yo que creía que los que me pedían amistad en Facebook lo hacían porque admiraban mi literatura! Hay quien pretende utilizarlo para sus húmedas y solitarias citas a ciegas. Me divierte mucho ver los resultados en un programa de televisión que se llama “Catfisch. Engaños en la Red”. Ahora ya detesto al primer “hola” a esos enmascarados buscadores de fantasiosos escarceos y los bloqueo de inmediato.


Viernes, 8 de mayo
ESTAR SOLO

Estar solo me gusta casi tanto como estar acompañado y estar acompañado casi tanto como estar solo.
            No me creo nada. Ni siquiera me creo que no me creo nada.
            La ironía es la sal de la literatura. Pero no conviene abusar de ella.



         

domingo, 3 de mayo de 2015

Nadie lo diría: De gatos, bibliotecas e infinitos



Sábado, 25 de abril
UN EXPERIMENTO

Se había hablado en la tertulia de un cuento de Borges, "La biblioteca de Babel", en el que se afirma que el número de combinaciones de las letras del alfabeto, aunque vastísimo, es limitado y que por eso también el número de libros posibles no es infinito. Resulta por lo tanto posible concebir una biblioteca que contenga, no ya todos los libros que se han escrito, sino también todos los que se escribirán e incluso los que, por ilegibles y absurdos (una sola letra repetida, por ejemplo), no se escribirán nunca.
            Yo dije que Borges estaba equivocado y que así había tratado de demostrarlo en un viejo artículo. Uno de los contertulios, Saúl Fernández, a punto de graduarse en matemáticas, me dice que Borges tiene razón y que el equivocado soy yo. "Vamos a verlo", le respondo, mientras me froto las manos con una sonrisa. 
            Discutir con un joven inteligente, sobre todo si se cree más inteligente que yo, es mi deporte favorito. Pero de pronto se me ocurrió un experimento curioso. En marzo de 1973, cuando publiqué "Sobre la imposibilidad de la Biblioteca de Babel" en Cuadernos Hispanoamericanos, tenía yo veintidós años, los mismos que ahora tiene Saúl. Antes de debatir conmigo, que se enfrente a aquel joven de hace cuarenta años que trabajaba para pagarse los estudios y que se atrevía sin embargo a contradecir, basándose en razonamientos matemáticos, a Jorge Luis Borges.
            “Aplacemos el combate hasta el próximo viernes --le dije--. Para entonces espero haber encontrado el artículo, que no sé por dónde andará". Tuve que pedir la revista a una librería de viejo, porque no la encontré en mi casa de Avilés ni tampoco el artículo en Internet (donde dicen que está todo), aunque sí citado en algún libro sobre Borges. Ayer viernes lo llevé fotocopiado y pasó de mano en mano, pero nadie fue capaz de refutarlo. Saúl prefirió llevárselo a casa para redactar allí una respuesta –según él– demoledora. Veremos.
            Yo estoy impaciente por contemplar ese combate entre dos jóvenes de la misma edad, pero que se llevan más de cuarenta años. Será un experimento que a Jorge Luis Borges le habría encantado, sin duda alguna.


Domingo, 26 de abril
PARA NO ODIAR LOS ESPEJOS

Leo un aforimso de Jean Cocteau: “Los espejos, antes de reflejar nuestra imagen, deberían reflexionar un poco”. Y en seguida se me ocurre una idea con la que podría hacerme rico. ¿Por qué no fabricar espejos con photoshop, de manera que al mirarnos en ellos por la mañana nos devolvieran un rostro medianamente presentable, los estragos de la edad convenientemente restaurados?


Lunes, 27 de abril
AVENTURAS DE PAREJA

Cuenta Aldous Huxley que, más de una vez, se le acercó un joven que quería ser novelista a pedirle consejo y que él siempre respondía lo mismo: “Para comprender bien a los hombres, lo mejor que puede hacer es observar una pareja de gatos”.
            Pero no una pareja de gatos cualquiera. A ser posible, habían de ser siameses, los más humanos y también los más sorprendentes y fantásticos. Blancos al nacer, su cuerpo se oscurece poco a poco. Parecen llevar guantes y las patas enfundadas en medias de seda negra. Sus colas son puntiagudas e incluso cuando están en reposo se hallan dotadas de una inquieta vida propia. “Y qué extraordinarias son sus maneras de hablar”, continúa Huxley: “A veces se quejan como niños de pecho; a veces balan como los corderillos; otras tienen un ulular de almas en pena. Comparados con estas fantásticas criaturas, los demás gatos, por muy hermosos que sean, parecen siempre un tanto sosos”. Continúa luego describiendo las andanzas y malandanzas eróticas de una pareja de gatos, como Lope en la Gatomaquia.
            No sé yo lo provechosa que le resultaría al joven aprendiz de novelista esa observación; de lo que estoy seguro es de que se divertiría bastante y a lo mejor hasta se olvidaba de escribir novelas.


Martes, 28 de abril
PARECE QUE TENGO RAZÓN

Como soy tan impaciente, no puedo esperar al viernes y le mando un mensaje a Saúl preguntándole si tiene ya la réplica a mis elucubraciones matemáticas sobre la imposibilidad de la biblioteca de Babel. Su respuesta: “Me han tenido ocupado una gripe y bastante tarea de clase. ¿Me das una semanilla? Si te corre prisa, me puedo poner las pilas, pero me conviene no atarearme demasiado”. Y yo le respondo: “Tómate el tiempo que necesites. Me gusta que no resulte fácil replicar al García Martín de veintidós años”. “Nunca resulta fácil replicar a un joven, ni siquiera desde el futuro”, responde él.
            Ni siquiera desde el futuro. Releo el artículo de 1973, que curiosamente está escrito en forma de diálogo, anticipando la tertulia de más de cuarenta años después, y me cuesta seguir los enrevesados razonamientos, pero creo que tiene razón: no es posible, por inmensa que sea, una biblioteca que contenga todos los libros escritos y por escribir, aunque todos ellos estén formados por combinación de unos pocos elementos (las letras, los signos de puntuación, los espacios en blanco entre palabras, y eso sin tener en cuenta los diversos alfabetos, cosa que se le olvidó a Borges). Sospecho que al joven matemático de hoy no le va a resultar fácil desmentir al joven aficionado de ayer. Y eso halaga mi vanidad.

                                                                                    
Miércoles, 29 de abril
FRANCISCO RICO, AUTOR DEL QUIJOTE

Mi amigo Emilio Martínez Mata, estudioso de Cervantes, me regala el grueso tomo que la Fundación Masaveu ha editado con las actas del último congreso cervantino celebrado en Oviedo. Me basta hojearlo, y conocer al organizador, para darme cuenta de que voy a encontrar en él algo más que la habitual e ilegible basura curricular. Me lo llevo a mi rincón de lectura favorito en la gran biblioteca en que se ha convertido para mí el mundo, la cafetería de Los Prados, y ciertamente no me defrauda. La conferencia inaugural, de Francisco Rico, es un prodigio de inteligencia, audacia y minuciosa impertinencia. Llama a 1898 “el año del Desastre” porque, además de perderse Cuba, “se perdió entonces, con la perpetrada por Jaime Fitzmaurice-Kelly, el que debería ser el justo horizonte crítico de cualquier edición del Quijote”. Como consecuencia de ello, en la mayor parte de los caso las ediciones del siglo XX son “solo un reflejo de la perezosa ignorancia de la teoría y la práctica de la crítica textual”.
            Él no solo corrige las erratas evidentes de las ediciones aparecidas en vida de Cervantes, también descubre otras basándose en las concordancias (si Cervantes usa en más de veinte ocasiones la fórmula “pues en verdad”, la única aparición de “pues es verdad” debe de ser una errata) y en las costumbres editoriales de la época, que no tenían inconveniente en añadir palabras para cuadrar una página. Es tan minucioso que también se ocupa de los descuidos del autor. Si ahora apareciera el manuscrito de Cervantes y en algún punto discrepara de su última edición, no por eso la cambiaría: Rico piensa que ha conseguido un texto del Quijote mejor que el que el entregado a la imprenta de Juan de la Cuesta.
            A pesar de ello, Rico considera que el texto que nos ofrece del Quijote es siempre mejorable. De ahí que cada cierto tiempo pueda ofrecer, con gran algarada mediática, una edición que supera a la anterior. A veces, con astucia de buen comerciante, deja sin corregir algunas de las presuntas erratas que ha encontrado para estar seguro de que en la edición siguiente podrá ofrecer novedades. Así, a propósito del folio 85v y siguientes de la edición de 1615, escribe: “En la primera línea del epígrafe, niego que sea del autor el participio extremado, tan del gusto de Cervantes como el sustantivo originario, pero jamás aplicado a su héroe. En la segunda, dudo en extremo que lo sea el adjetivo de profunda cueva, pues aunque en una ocasión se aluda a ella como ‘la profunda cueva por donde has entrado’, en todas las otras menciones se la llama lisa y llanamente ‘la cueva de Montesinos’. En el cuarto renglón del capítulo XXIII, estoy convencido de que ‘clarísimos’ es un intruso, porque ni por ironía iba a emplearlo el escritor para el ridículo primo humanista y el buenazo de Sancho y porque no veo que usara nunca calificativos para unos oyentes, sino que siempre se limitaba a mentarlos como tales. En fin, en los renglones quinto y sexto comenzó en el modo siguiente es así mismo ajeno al novelista, gran repetidor, que para introducir un parlamento privilegia en cambio comenzó a decir de esta manera hasta una docena de veces en el conjunto de su producción, y comenzó a decir, un poco por encima de esa cifra”.
            Pero, a pesar de estar seguro de esos errores, afirma que no los corrigió en sus diversas ediciones; en la próxima enmendará dos y otros los guardará para tener algo que cambiar en la siguiente, que solo así podrá presentarse, y venderse, como nueva y no como una simple reimpresión.
            La edición del Quijote con la que sueña Francisco Rico, y para la que lleva toda su vida preparándose, es aquella que nos ofrezca, no el texto más cercano al que Cervantes entregó a un copista para que lo pusiera en limpio y en letra clara antes de llevarlo a la imprenta, sino el texto que Cervantes debería haber escrito si no fuera, además de genial, tan descuidado y chapucero.
                                                                                           
Jueves, 30 de abril
BORGES, LA CÓPULA Y LOS ESPEJOS

Borges afirmaba que “la cópula y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres”. Cuenta una historia, probablemente apócrifa, que la cópula dejó de abominarla en cuanto María Kodama, a poco de conocerle, le mostró un ingenioso y elástico artilugio que impedía esa multiplicación.


Viernes, 1 de mayo
INFINITOS GRANDES Y PEQUEÑOS

El azar, que siempre es el mejor guía, me hace encontrar, en la revista de la Asociación Navarra de Bibliotecarios, un artículo de Javier Fresán titulado “De la Biblioteca de Babel a los números normales”, publicado en el 2007, y que también se ocupa de la paradoja de una posible biblioteca, inmensa pero finita, que contuviera todos los libros del mundo, los ya escritos y los que aún están por escribir. Javier Fresán, que nació en 1987, es uno de los jóvenes matemáticos más valiosos de hoy en día. En su artículo aprovecha para hablarnos de los distintos tipos de infinitos: el infinito de los números naturales sería así más pequeño que el de los números reales. Borges afirmó que toda la inmensa biblioteca de Babel cabe en un libro “que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas”. Javier Fresán da un paso más allá y afirma que cabría en un número al azar escogido entre cero y uno (siempre que se trate de un número normal, esto es, aquel en que aparecen todos los dígitos en la misma proporción). Por ejemplo, en el llamado número de Chanpernowne, el 0,123456…, que se obtiene poniendo uno detrás de otro todos los números naturales. Para ellos bastaría con cifrar las letras del alfabeto asignándoles un número ordinal. “Todos los libros de la Biblioteca podrían codificarse de esta forma como una sucesión enorme, pero finita, de ceros, unos y las demás cifras. Como los números normales contienen en su desarrollo cualquier patrón posible, si examinamos un número normal, llegará un punto en el que cualquier volumen aparezca representado: habrá un momento en el que don Quijote se enfrente al caballero de la Blanca Luna, y antes o después la cólera de Aquiles terminará con muchos decimales”.
            Muy literario, amigo Fresán, pero de tu razonamiento se deduce (aunque tú no lo afirmas claramente) que, como yo dije en 1973, Borges estaba equivocado, que aunque las letras sean limitadas, las combinaciones posibles entre ellas no lo son. Y no hacen falta profundos conocimientos matemáticos para demostrarlo. Las cifras son diez, pero con ellas podemos representar cualquier número y los números son infinitos. El propio Borges reconoció su error, aunque nadie reparara en ello, al afirmar que toda la Biblioteca cabría en un libro de infinitas páginas. ¿Por qué infinitas si la Biblioteca de Babel no es infinita? Si el número de libros posibles fuera finito la suma de las páginas de todos ellos también lo sería.